Nosotros
y los otros
por
Rosa MONTERO
Durante
diez mil años, el hombre de Neanderthal y el de Cromagnón
coincidieron sobre la Tierra. En este texto, la escritora española
sugiere que la probable lucha fue el origen de una característica
que aún persiste en nuestro material genético: la de aniquilar a
nuestros oponentes.
Antaño
se creía que los sólidos neanderthales eran antepasados nuestros,
pero en las últimas décadas la paleontología ha conseguido avances
formidables y hoy sabemos sin ningún género de dudas que eran
nuestros primos. Esto es, somos dos especies distintas del mismo
animal. Los neanderthales poblaron la Tierra durante casi el doble de
tiempo que nosotros llevamos por aquí: aparecieron hace 200000 años
y se extinguieron hace 30 mil. Nosotros, (es decir los Cromagnón),
surgimos en África hace unos 90 mil años, pero fue hace 40 mil
cuando llegamos a Europa, donde nos encontramos con nuestros primos.
Durante diez milenios, por lo tanto, compartimos el mismo espacio
geográfico.
Con
nuestro engreimiento y nuestra tradicional prepotencia, siempre hemos
argumentado que el hecho de que solo existiera una especie humana (al
contrario de las demás familias de animales, en las que las especies
se multiplican) era una prueba más de nuestra maravillosa
especifidad, de nuestra sublime diferencia con los demás bichos del
planeta. Eso supuestamente demostraba que los humanos estábamos
hechos a la imagen de Dios, que éramos los únicos seres provistos
del alma (impreciso ectoplasma que vaya a saber qué es) y que, en
definitiva, éramos los reyes indiscutibles y absolutos de la
Creación.
Pero
ahora, imagínese que maravilla, sabemos que hubo un tiempo en el que
varias especies de homínidos compartieron la Tierra. Qué
vertiginosa fascinación debía producir esa criatura espectacular
que era casi igual pero que era distinta. Es incluso probable que
mantuviéramos relaciones sexuales, pero no queda nada en nosotros
del material genético de los neanderthales. De manera que nuestras
especies no debían ser fértiles al cruzarse, o quizás engendraran
híbridos estériles (una suposición conmovedora: qué solitarios y
qué desgraciados debieron ser esos pobres individuos cruzados, si
existieron).
Lo
que si nos queda de nuestros peludos y robustos primos es la memoria
mítica. En todas las sociedades humanas existen antiquísimas
leyendas sobre criaturas grandes y feroces de rasgos desmesurados y
abundantes melenas. Tienen diversos nombres, pero todos comparten los
rasgos físicos de los neanderthales; son los gigantes clásicos, los
trolls escandinavos, los bigfoot anglosajones o abominables hombres
de las nieves... El rastro del temor que nos producían se detecta en
todos esos cuentos. Eran seres monstruosos y peligrosos, eran el
enemigo. Pero si se mira lo sucedido, los verdaderos peligrosos
debíamos ser nosotros. Porque lo más probable es que acabáramos
con ellos.
No
se sabe por qué se extinguieron los neanderthales: su desaparición
es uno de los grandes enigmas de la ciencia. No existe ninguna prueba
fósil que confirme que los Cromgnón los extermináramos, pero aún
así, como dice la eminente paleontóloga Meave Leakey, resulta
inevitable imaginarlo: los neanderthales que se las habían arreglado
para sobrevivir durante tanto tiempo, desaparecieron justo cuando
nosotros aparecimos en el vecindario. De manera que es posible que
nuestra especie tenga como acto fundacional el genocidio. A
diferencia de las demás especies animales, que se las arreglan para
coexistir (el lobo y el zorro no son precisamente amigos, pero pueden
compartir el mismo monte), nosotros no paramos hasta aniquilar a
nuestro oponente. Esa crueldad innecesaria, esa ferocidad sin tregua
ni paliativos nos hace ser sin duda una especie única y distinta,
pero solo porque padecemos una patología mental.
¡Pero
si incluso nos exterminamos a nosotros mismos por mínimas
diferencias de color de piel o de costumbres o religión! Si ahora
mismo estamos enloqueciendo una vez más y demonizando a esa mitad de
la Humanisdad que cree en Mahoma (al igual que ellos demonizan a
occidente) ¿Qué no le habremos hecho a los neanderthales, que eran
de verdad algo distintos? Tal vez la historia primordial de Caín y
Abel recoja en última instancia esa matanza primera, el pecado
original de haber acabado con otra especie, la marca infamante e
indeleble del asesino. Así nos va. Somos unos animales enfermos y
dañinos.
La
española Rosa Montero es periodista y autora de novelas como La
hija del caníbal.
este artículo apareción en la revista dominical Viva del diario Clarín.